Estaba pensando en iniciar esta sección con algo más picante, pero la verdad es que me resulta imposible. Antes de comenzar a construir juntos y juntas una nueva versión de nuestra sexualidad, hemos de confrontar los demonios que nos acechan. Estos que nos susurran al oído y nos cantan canciones que se repiten una y otra vez en nuestra cabeza llenándonos no de alegría y fuerza, sino de miedo y restricciones a la hora del encuentro erótico. Aquí, algunas de mis ideas sobre los mitos que rodean nuestra sexualidad:
Los ideales romántico y erótico solo nos sirven para crear falsas creencias y presiones que nos impiden disfrutar.
La intimidad y la sexualidad en pareja cambia y evoluciona, no siempre es igual y lo importante es ajustarse y complementarse.
Las personas deseamos y buscamos sentir placer y con ello aportar a la felicidad, pero nos abruma que, a veces, esto requiera trabajo antes de surtir el efecto deseado. El mito de lo fácil y mágico.
La competitividad en el sexo que nos influye, especialmente a los hombres.
A veces, creemos que hacemos más que los demás dentro y fuera de la cama. Las exigencias sexuales son terribles para lograr esa plenitud tan deseada.
Creer que la confianza y la intimidad se viven solo en pareja, son permanentes y se construyen una sola vez. Pues no, todo inicia en TI.
Si bien es cierto, algunos de estos acercamientos parecieran obvios, la verdad es que en consulta veo las consecuencias más de lo que pareciera. Tanto deseo reprimido y tanta lucha interna, porque estas "verdades" dictan la manera correcta de actuar. Anímate a cuestionar tus creencias y serás mucho más feliz, tendrás una vida sexual mucho más placentera y lograrás adentrarte en tu plenitud.
Por Juliana Alpízar
Él la miró, absorto en la manera en que el brillo de las luces navideñas acariciaba su rostro, creando reflejos cálidos en su piel. Tenían días sin encontrarse, días de no poder tocarse, abrazarse, perderse en el otro. Como si el tiempo, tan volátil en estas épocas, hubiera hecho todo lo posible por separarlos. Aunque intentaron todo, sus cuerpos no coincidían. Ella, ocupada en su trabajo, él con sus compromisos. Pero no era solo el tiempo lo que los mantenía alejados. A veces, eran las excusas, los miedos, la falta de conexión. La vida parecía alejarse, mientras que el deseo, siempre presente, esperaba su momento.
Finalmente, llegó la noche en la que no hubo más excusas, no hubo más distracciones. Solo estaban ellos dos, bajo la luz tenue de las velas, con la música de fondo que apenas se escuchaba, pero que creaba una atmósfera perfecta. Los abrazos de antes no bastaban, ni las caricias suaves que solían compartir cuando la vida era más ligera. Esta vez, sus cuerpos se necesitaban con urgencia, y sabían que, en esa noche de diciembre, el mejor regalo que podían darse era uno que no podía ser comprado, ni empaquetado: el regalo de la intimidad.
Él comenzó por acercarse a ella con lentitud, como si la viera por primera vez. Su aroma, esa fragancia que solo ella poseía, lo embriagó. Un perfume dulce, cálido, que despertaba en él una sensación primitiva. La acarició suavemente, con una ternura que contrastaba con el deseo palpable en el aire. Su piel, tan suave como recordaba, le permitió seguir explorando con las yemas de sus dedos. Ella, al sentir ese roce, cerró los ojos y dejó que las sensaciones la invadieran.
Era imposible no sentir cómo todo su cuerpo reaccionaba al contacto. Su corazón acelerado, su respiración agitada, su cuerpo encendido. La humedad en su entrepierna se hacía cada vez más evidente, como un suave clamor de su cuerpo pidiendo más. Él, atento a cada detalle, a cada cambio en su ritmo, se dio cuenta de la intensidad de su deseo. No podía esperar más. Ni la serie en Netflix ni los compromisos pendientes importaban ahora. Era el momento de volver a sentirse vivos, de perderse en ese instante que, aunque fugaz, lo significaba todo.
Acarició sus pechos, y ella, sin poder evitarlo, dejó escapar un suspiro. A menudo, se habla poco de la intensidad de los orgasmos de pezón. A menudo se subestima el poder de esa zona erógena tan delicada, pero en ese momento, él entendió perfectamente su fuerza. Con cada roce, con cada toque, ella sentía cómo su cuerpo se encendía más, cómo su clítoris comenzaba a vibrar con un deseo incontrolable. Sus sensaciones se unían en una danza perfecta, como piezas de un rompecabezas que encajaban a la perfección.
Ella se entregó completamente. No había espacio para dudas, ni para pensar en lo que podía ser o no ser. El placer la invadía de una manera tan pura y sincera que no había vuelta atrás. Su cabeza se echó hacia atrás, sus ojos se cerraron, y sus gemidos comenzaron a llenar el espacio. Se sentía viva, deseada, completa.
Las manos de él descendieron lentamente, explorando cada centímetro de su piel, hasta llegar a su vulva. El calor de su entrepierna era tan evidente, tan urgente, que no necesitaba más palabras. Él la penetró con los dedos con una suavidad que la hizo sentir un cosquilleo eléctrico por todo su cuerpo. Era como un rayo, pero uno que iluminaba, no que quemaba. El roce, la presión, los movimientos precisos que la hicieron sentir como si toda su existencia se hubiera reducido a ese único instante de placer compartido.
"Esto es todo lo que quiero para esta Navidad", pensó ella, mientras se entregaba por completo. No había nada más importante en ese momento que sentirse conectada, que sentir que, por fin, la distancia que la separaba de él se había disipado.
La Navidad no está solo en los regalos materiales. El verdadero regalo es ese que compartimos con quienes amamos, ese que no se puede envolver, que no se puede medir, pero que deja una huella imborrable. Y esa noche, lo único que importaba era esa conexión profunda, ese volver a sentir los cuerpos unirse sin barreras, sin tiempo.
"¿Tienes ganas?", le preguntó ella, con una sonrisa pícara. Él la miró y, sin decir una palabra, se levantó con ella en sus brazos. "¿Tú qué crees?", le respondió él. Y sin más, se dirigieron a la cama.
No se olvidó de pausar la serie, claro, no fuera a ser que se interrumpiera el progreso. Pero esa noche, lo único que importaba era su viaje hacia el placer, hacia ese espacio donde solo existían sus cuerpos, sus deseos y su conexión.
La parada: la cama. El viaje: el placer. El destino final: la satisfacción plena. Como una ola que arrastra todo a su paso, pero de una suavidad y frescura tan intensas que parecía que el mundo entero había desaparecido. La sensación de vacío se llenó con el encuentro de dos cuerpos, de dos almas, en un regalo único, en un acto puro de amor y deseo.
El cuerpo de ella, en su entrega, parecía invitarlo a ir más allá. Cada caricia, cada roce de sus dedos, era una invitación al abandono total. Habían estado separados tanto tiempo que el reencuentro no solo se sintió físico, sino como un abrazo emocional, como una reconexión que trascendía lo carnal. En un mundo donde las distracciones son tantas, donde las responsabilidades y el estrés parecen ocupar cada espacio de nuestro día a día, la intimidad se vuelve un refugio esencial.
Es fácil olvidarlo. En medio del bullicio de las fiestas, los compromisos familiares, los mensajes de trabajo y las interminables listas de cosas por hacer, la conexión humana suele quedar en segundo plano. Pero la verdad es que la intimidad, ya sea con una pareja o incluso con uno mismo, es mucho más que un acto físico. Es un puente emocional, un espacio donde podemos ser vulnerables, donde podemos dejar de lado las máscaras y las pretensiones y simplemente ser.
Él lo entendió perfectamente al sentir el calor de su piel, al percibir el ritmo acelerado de su respiración, al notar cómo cada movimiento se hacía más profundo, más necesario. Ella también lo entendió, al sentirse completamente aceptada, al darse cuenta de que no importaba cuánto tiempo había pasado. Lo único que importaba era ese momento, esa conexión renovada.
Conectamos con otras personas por muchas razones, pero una de las más poderosas es la necesidad de sentirnos validados, de sentirnos completos. La intimidad tiene el poder de sanar, de recordarnos nuestra valía y de devolvernos la paz que tanto buscamos en el caos diario. Cuando estamos conectados, ya sea en una conversación profunda o en el acto físico de compartir nuestros cuerpos, estamos alimentando una parte esencial de nuestra humanidad.
Él descendió lentamente, acariciando la curva de su cintura, con la certeza de que lo que estaban construyendo no era solo un encuentro casual, sino algo más grande. Había un lenguaje no dicho entre ellos, una comunicación que iba más allá de las palabras, como si los cuerpos pudieran hablar por sí mismos. Él la sintió moverse bajo sus manos, sintió cómo sus músculos se relajaban, cómo su cuerpo se dejaba ir en un flujo de sensaciones compartidas.
La intimidad no es solo un escape, no es un refugio de lo que pasa afuera. Es una reafirmación de lo que somos capaces de dar, de la vulnerabilidad que podemos mostrar sin miedo a ser rechazados. Nos recuerda que no estamos solos, que el contacto humano es necesario, que el deseo no es algo que solo se vive en el cuerpo, sino que se extiende al alma.
En una época donde la desconexión emocional es cada vez más común, donde muchos se sienten vacíos a pesar de estar rodeados de personas, la intimidad nos devuelve la sensación de pertenencia, de ser vistos, escuchados, y tocados de una manera que solo una relación profunda puede ofrecer. La falta de conexión, por el contrario, trae consigo el aislamiento, la soledad y, a menudo, el resentimiento.
Cuando no nos permitimos estos momentos de cercanía, cuando dejamos que el estrés y las preocupaciones del día a día nos invadan, estamos perdiendo una parte fundamental de nuestra salud emocional. Las caricias, las miradas, las conversaciones íntimas, todo eso nos conecta con quienes somos realmente y nos permite reconectar con la persona que tenemos frente a nosotros.
Este tipo de intimidad no solo fortalece una relación, sino que también refuerza la relación con uno mismo. El cuidado y el respeto mutuo que surgen de estos encuentros nos enseñan a valorarnos, a entender que el deseo y el placer no son tabúes, sino herramientas poderosas de autoconocimiento.
Los beneficios son infinitos. La liberación emocional, la reducción del estrés, la mejora del bienestar físico y mental, la seguridad en uno mismo, la confianza mutua... Todo eso se crea, se nutre y se fortalece a través de la intimidad. Es por eso que, en medio del caos navideño, es esencial encontrar esos momentos para reconectar, para regalarte no solo lo material, sino también lo emocional.
Él, al sentir la entrega total de ella, se dio cuenta de que este era el mejor regalo que podían darse. Más allá de las luces de Navidad, los banquetes o las compras, lo que realmente importaba era ese instante de conexión pura, donde no había espacio para la rutina ni para las distracciones. Solo quedaban ellos, su deseo compartido y esa química tan intensa que, incluso después de tanto tiempo sin verse, parecía haber crecido aún más.
El sexo no es solo un acto físico, es un acto de entrega emocional, de vulnerabilidad, de confianza. En esas caricias, en esos besos, se encierra un mundo entero, uno en el que solo caben ellos dos. Y esa noche, mientras se perdían el uno en el otro, entendieron que el regalo más hermoso de todas las fiestas no es algo que se pueda envolver ni poner bajo el árbol. El verdadero regalo es la conexión profunda, esa intimidad compartida que alimenta el alma y que siempre deja huella.
En ese instante, él encontró en ella algo mucho más que placer. Encontró una conexión que solo se da en los momentos más intensos, una mezcla de pasión, vulnerabilidad y entrega. En su cuerpo, descubrió la libertad de estar presente, de sentir sin barreras, de compartir sin reservas. Encontró la paz en el caos, la calma en el deseo. Fue como si todo lo que había estado buscando, sin saberlo, estuviera ahí, en sus brazos, en su tacto, en su respiración. Ese orgasmo no solo fue el clímax físico, sino el encuentro profundo con una parte de él que había estado esperando, esa parte que solo puede ser liberada a través de la intimidad verdadera.
Y ella, mientras su cuerpo se relajaba después del clímax, encontró en él algo aún más precioso: la inspiración. Fue en ese momento, entre susurros y caricias, cuando la chispa para escribir este artículo surgió en su mente. Al igual que el orgasmo había sido un regalo, el acto de compartir sus pensamientos, de invocar la magia de la intimidad, también se convirtió en una expresión profunda de lo que había vivido. Así, en medio de la sensualidad y el placer, ella encontró las palabras que necesitaba para transmitir el mensaje más importante de todos: la intimidad es el regalo más valioso que podemos darnos, no solo en Navidad, sino en cada día de nuestras vidas.